jueves, 28 de julio de 2022

La guarida

20/03/2005

A veces la veo correr la cortina y asomarse por la ventana. Es muy viejita, está llena de arrugas. Nunca hablé con ella, pero en el barrio la llaman doña Rosa. Su casa está justo frente a la mía, en la esquina de la calle. El pasto está siempre corto porque el vecino pasa la podadora cada viernes y le hace la onda, si Don Carlos no lo hiciera, a la vieja se la traga el matorral de pasto y bichos. La casa es sencilla, de ladrillos vistos y de forma cuadrada, las cortinas son marrón oscuro, parecen pesadas. Ocultan todo su cuerpo, pero la cara queda descubierta. Doña Rosa mira sin saber que yo la miro a ella. Mamá dice que le da mala espina, no entiendo muy bien a qué se refiere, pero no me gusta que hable así porque doña Rosa me cae bien, después de todo, las dos jugamos al mismo juego.

El otro día volvía del kiosco y a propósito me crucé por su vereda para que me viera pasar. A veces siento que la ventana de mi pieza le queda muy lejos, como es tan viejita y no usa lentes, se me hace que no ve un pedo. Quería que supiera que existo. Iba con la coca en la mano y cuando pasé por su ventana me dejé observar. Doña Rosa estaba ahí, puntual como siempre a la hora del almuerzo, mirando por la ventana. De cerca se ve aún más arrugada. Cuando llegué a casa dejé la coca en la mesa y me fui corriendo a la ventana de mi pieza, pero no la vi más. Me preocupó haber sido demasiado directa. Esa tarde no volvió a asomarse a la ventana y yo me fui a dormir pensando que capaz la había asustado.

No es raro que yo asuste a las personas. Cada vez que alguien me mira demasiado me pongo de mal humor y al toque se van todos de mi lado. En el colegio me pasa seguido, no puedo jugar con ninguna de las chicas porque ellas se espantan y me hacen burla. Me quedo afuera de la puerta del aula, con algún libro en la mano, simulando que leo para pasar el rato. Lo que en realidad hago es mirarlas. Ellas juegan al elástico, saltan la soga y se miran cuando el lindo de la escuela pasa por donde están. Hacen todo juntas. Me da una bronca. Cuando vuelvo a casa la veo a doña Rosa en la ventana, mirando y siendo invisible ante el barrio, y me siento un poco menos sola.

RRR

-¡Dale que todavía tenes que bañarte!

Que densa se pone mi vieja a veces. Me parece raro que me hayan invitado a este cumpleaños, pero no le digo nada. Parece más emocionada ella que yo.

-Es que todavía no decidí que ponerme

-¿Y por qué no usas el vestido rosa?

Y dale con el vestido.  De tan viejo que está ya parece transparente, además no se usa más. Hace rato que pasó de moda.

- ¿Qué lo miras tanto? Dale, anda a bañarte y probalo. Te voy a buscar las medias altas para que lo combines.

Pienso que todo el mundo se me va a cagar de risa, pero no hay otro vestido, ni plata para comprarlo, ni tiempo, así que no digo nada. Espero que no me miren demasiado.

Salgo de bañarme y me pongo el vestido. Me resulta abrumador tener que mirarme al espejo, es horrible. Tiene una especie de puntilla alrededor del cuello que me hace acordar al traje de los payasos. La pollera tiene capas, la primera es de un rosa más claro y las otras dos de un rosa más oscuro. Veo que en la segunda hay un hueco y me avergüenzo. Ojalá no lo noten.

Salimos de casa y antes de seguir miro de reojo la ventana de doña Rosa. Veo que está ahí asomada, como siempre, y me da gusto saber que no la asusté tanto. Mamá quiere agarrarme la mano para caminar pero le digo que ya estoy grande, que no haga más eso. Quiero quedar bien ante los ojos de doña Rosa.

Caminamos un par de cuadras y esperamos el colectivo. Las medias blancas se me ensuciaron un poco con el polvo de la calle de tierra. Me embola tener que ir a este cumpleaños. Cuando llega el bondi subimos y nos sentamos al medio, calladas. Mamá me arregla los volados del vestido, nota el hueco pero se limita a sonreír y mirar por la ventanilla. Voy a este cumpleaños por ella.

Cuando llegamos a destino nos despedimos con un beso y ella sigue camino a hacer las compras. Me digo que serán unas horas y listo, vuelvo a casa. Caminé muy lento la cuadra que me restaba hasta llegar a la dirección del cumpleañero, como queriendo frenar  el tiempo. Fue inevitable. Al asomarme a la casa, que estaba con la puerta abierta y unos globos en la reja, un señor -que, deduje, era el padre por el parecido- me hizo señas para que lo siga.

-Pasa, pasa tranquila, están al fondo

-Gracias señor

Atravieso la entrada de paredes color salmón y pinturas de caballos deformes, y avanzo lento hacia el griterío que viene del patio. Me siento extraña en este lugar, ojalá nunca hubiera sido así. Tengo muchas ganas de tener amigas. Me pregunto si a la vieja del frente le pasará lo mismo, si tendrá compañía o si sólo la deseará mientras mira por la ventana.

Un grito fuerte me asusta, es una de las chicas del colegio.

-Ey, ¿quién mierda invitó a la rara?

Mamá pasó a buscarme por la esquina donde me dejó hace dos horas, yo ya la estaba esperando.

-¿Y? ¿Qué tal estuvo?

-Bien

Bien para el orto. Me la pasé sentada en la cocina, mientras miraba el reloj que estaba arriba de la heladera. Le ayudé a la señora de la casa a cortar unos sanguchitos de miga, comí un par de papitas. Fue horrible, hacía mucho no me sentía tan mal.

-Me alegro

Me duele aceptar que se da cuenta que fue todo un asco. Y le agradecí su silencio, porque un comentario más hubiera sido el detonante para el llanto que venía controlando.

RRR

16/05/2005

Papá solía decir que no eran buenos tiempos para la gente sensible. Y no se equivocaba.  Me llevó un par de días recuperarme de la experiencia del orto que tuve en el cumpleaños del sábado. Hoy me hice la enferma para faltar al colegio, no tenía ganas de ver a los soretes de mis compañeros. Me desperté tarde y preparé el desayuno mientras chusmeaba en qué andaba doña Rosa. Todavía no entiendo qué es lo que me llama tanto la atención de esa vieja. Quizás es que yo no tengo abuela. O sea, si tengo una abuela viva, pero anda a saber dónde anda. La mamá de mi mamá ya está muerta. En definitiva, no tengo abuela. Capaz si tuviera una podría jugar con ella en vez de jugar sola, porque mamá siempre está ocupada o trabajando. Podría tener algún juego favorito, alguno que sólo conociéramos ella y yo. Nuestro juego, como el que tenemos con doña Rosa… aunque ella no me conozca.

Me sorprendí de mi ocurrencia. ¿Y si la vieja me conociera y me adoptara como nieta? Estaría buenísimo.

RRR

Mamá planchaba unas camisas cuando yo esperaba ansiosa para efectuar mi plan. La miraba mientras iba y venía con el rociador para que las arrugas salieran más fáciles. Tenía algunos mechones del flequillo cerca de los ojos y canas que se le asomaban. Solía decir que le salían de tanto renegar conmigo, que yo valía por tres. No sé porqué se queja tanto, si las canas le quedan joya. Le dan un toque distinto. Yo veo a las mamás de mis compañeros y son todas iguales teñidas de rubio. Hay algo en ella que me inspira un profundo respeto.

- ¿Qué andas haciendo vos?

- Yo nada

- Ajá, bueno, porqué no te vas a merendar algo

- En realidad, pensaba que podía ayudarte llevando las cosas que planchaste

- ¿Estás segura?

- Obvio

Agarré las sábanas con líneas azules y los calzones de la pareja del lado, el uniforme del chico que vive solo acá a la vuelta y las camisas de colores opacos de doña Rosa. Me puse a repartir y dejé esas últimas para entregar al final. Pero cuando le toqué el timbre, la vieja se demoraba un montón en atender. Me estaba poniendo ansiosa. Pensé que a lo mejor estaba sorda, así que le pegué un grito.

- Dooooooña, las camisaaaaaas.

Nada. Qué vieja sorda.

Me voy hasta la ventana. Cuando me vio abrió los ojos grandes, muy grandes. La saludé con la mano y señalé la pila de camisas. Ella juntó las manos en el pecho, como si estuviera rezando, y sonrió. La vi desaparecer tras las cortinas pesadas después de hacerme señas para que me acerque a la puerta.

- Hola, le fui a tocar la ventana porque llamé y no me atendía

- No te preocupes querida, gracias por las camisas. Ponelas acá, me dice, y me extiende una canastita de mimbre. Su voz parecía sacada de una película. Era serena pero misteriosa.

Cuando estaba a punto de cerrarme la puerta, me puse nerviosa y le pregunté si ya había pagado. Me contestó que su hijo arregla esas cosas, que ella sólo las recibe.

- Ah bueno, bueno. ¿Tendrá un vasito de agua para convidarme?

- ¿No vivís acá al frente vos?

- Sí, pero se me hace que usted tiene agua rica de dispenser. La que sale de la canilla de casa tiene un gusto a cloro fiero, le contesto, con la última esperanza de poder entrar a su guarida secreta.

Se ríe con dientes. La vieja se rió con dientes de algo que yo dije. No pretendía hacerle un chiste, pero me dio ternura verla reír.

- Ya te traigo, me dice, y al rato cayó con un vaso de agua y dos hielos.

Sonreí. No pude entrar a la guarida, pero al menos la vieja se rió con dientes.

RRR

10/11/2005

Hace tiempo que venimos así. Parece una cosa imposible de lograr. Cada sábado, cuando mamá termina de planchar la ropa, yo me voy zumbando para la guarida de la doña. Esta vez me voy a avivar, pienso, mientras busco y rebusco alguna idea para entrar. Pero no se me ocurre nada, y se hacen las cinco de la tarde, hora de salir a entregar la ropa.

Hoy pasé cerca de la ventana y vi a doña Rosa sentada atrás de la cortina, como siempre. Le señalé con la mano la pila de camisas y pantalones. Apenas me vio, la vieja disparó para la puerta.

- Las camisas doña

- Gracias querida, me dijo, y extendió la canastita de mimbre.

Acomodé la ropa ahí adentro y di media vuelta. Me enojé conmigo misma porque no se me ocurrieron buenas ideas. Se supone que eso hacemos los niños y las niñas, tener ideas, hacer muchas cosas divertidas. ¿Soy vieja como la vieja del frente? Cuando estaba llegando a la reja escuché a la doña que me preguntaba si andaba bien. Sí, le dije, supongo. Y me encogí de hombros.

Hoy no tenía ganas de conversar.

RRR

-Ya está la ropa lista, andá a entregarlas

- Hoy no tengo ganas

- ¿Qué te pasa? Tan entusiasmada que estabas y lo mucho que me ayudabas

- Bueno, hoy no tengo ganas

- Toda la semana estuviste así, recomponete y andá a repartir la ropa

Me embola cuando mi vieja me mandonea así.

Le entrego todo al chico de al lado y cruzo la vereda para ir a lo de doña Rosa. Es por ella que no tenía ganas de llevar la ropa. Me harté de buscar maneras para que me adopte como su nieta y al final lo único que logré son portazos en la cara. Vieja amargada, susurro, mientras voy pateando las piedras sueltas de la calle. Paso cerca de la ventana pero no veo a la doña. Qué raro.

Doy vuelta y me la encuentro cerca de las rejas, sentada en una reposera azul con líneas blancas. Tenía un vestido largo y unas ojotas. Verle los pies me dio un poco de asco.

- ¡Ah querida, sos vos!

Qué le pintó a la vieja esta hacerse la piola y encima salir de la guarida, así como así, de la nada.

- Las camisas doña

- Dejalas en la canasta y si querés sentate un rato, tengo otra reposera acá.

Me siento extraña, tomando mates con la doña mientras vemos los autos que pasan en la calle.

- Nunca la ví sentada acá afuera

- Sos muy observadora vos

Traté de ser cuidadosa:

- ¿Por qué no sale mucho de la casa?

Creo que no me salió lo de ser cuidadosa. La vieja se rió sin dientes y me dedico un suave resoplo. Le pregunté lo que mi maestra siempre nos pregunta cuando respolamos:

- ¿Algo la angustia?

Bueno ahora sí creo que la cagué, porque la vieja ya no se rie y me mira super seria.

-Tomemos un par de mates, en silencio, y después te volvés a tu casa. ¿Querés?

Asentí.

RRR

05/12/2005

La vieja nunca sería como las abuelas de las chicas del cole. Me quedé pensando después del encuentro raraso que tuvimos la última vez que le llevé la ropa planchada. Algo oculta, boluda no soy, es una mujer engañosa. Que me estuviera esperando afuera de la casa fue muy loco. Se pudo alejar por algunos minutos de eso que tiene adentro de la casa. Y lo hizo por mí, por qué, todavía no lo sé, pero espero descubrirlo pronto.

Están por empezar las vacaciones y yo voy a aprovechar para efectuar mi nuevo plan. No voy a mentir, es medio loquito, pero presiento que va a funcionar. La idea es hacerme un corte que no sea profundo, para no terminar en el hospital, pero tampoco muy superficial, para que se note que necesito asistencia. Lo voy a hacer durante la mañana que mi vieja está trabajando. Doña Rosa ya me tomó cariño, se nota, es imposible que no me ayude.

Y para hacerlo, va a tener que dejarme entrar a la guarida.

RRR

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jueves, 19 de mayo de 2022

Paradoja

Hay cosas que escapan a lo comprensible, encasillable o posible. Cosas que habitan entre lo conocido y lo desconocido. Paradójico. Como lo que se encuentra entre una pared con huecos, un viaje sin boleto de regreso o las flores que crecen en el cemento. Como algo que golpea contra nuestros cuerpos, dejándonos de cabeza al piso o con el piso en la cabeza, mirando de izquierda a derecha y viceversa, buscando enderezarnos y tener una respuesta, aunque sea a medias. Algo inentendible. Como la noche de invierno en la que bailamos sólo con nuestras manos, escuchando a Edith Piaf y tomando vino blanco. En la que viajamos por las sombras de dos musas, con sus cuerpos entrelazados y sudados, dibujando siluetas por la cama y el sillón. En la que nos descubrimos con las manos impregnadas de fantasía, con el cuerpo exhausto, desorbitado y revuelto, con los ojos clavados en nuestras figuras, con los labios empapados. En la que supe con certeza que te desearía, incluso si no fueras real.

miércoles, 30 de marzo de 2022

El lenguaje del tacto

Sombras, luces, figuras, destellos, matices, cuerpos,
el tuyo, el mío
transpiración, forma, profundidad, volumen, imaginación, idea, idas, vueltas
cuerpos,
el tuyo, el mío.

La forma de tu nariz, los lunares cerca del ojo izquierdo, tu altura
cómo me gusta tu altura

La suavidad de tu piel, darte besos en la oreja
acariciarte el pelo

Espero que entiendas,
que sientas,
lo que intento decirte con cada roce, con cada caricia, con cada beso

Espero que entiendas,
que sientas,
y que inventemos juntos nuestro propio lenguaje,
nuestra propia forma de hablar.

martes, 23 de febrero de 2021

Llora el ojo de Dios

Baila sobre la pendiente de los techos
una furia convertida en lágrimas,
se revuelca sobre la superficie
grita, gime y golpea extasiada.
Busca inundar todo
bajo un espeso bloque
de humedad,
renuncia al silencio
renuncia a la imposibilidad,
no sabe estar sola
ni en un único lugar.
Y como no puede
batallar contra la muerte,
en términos de infinidad,
siempre deja la marca 
por dónde regresar
tantas veces haga falta
hasta llenar el vacío
y convertirlo en oscuridad.

Dicen que el ojo de Dios
todo lo observa
pero yo creo
que de ver tanta miseria
de vez en cuando se cierra
y se pone a llorar.

martes, 16 de febrero de 2021

Nostalgia

Sigo buscando
con las manos temblorosas
y el ceño fruncido
algún indicio
una marca en el tiempo
que entre el día y la noche
entre la herida y el silencio
te hayas olvidado de esconder
o hayas escondido sólo para mí.

martes, 19 de enero de 2021

Veintidós

Hubo una semilla que tardó veintidós años en brotar hacia la superficie. Inundó de angustia y ausencia el camino de un viejo curandero. Absorbió sus propias raíces, hundió su tallo en la tierra, enroscó sus espinas entre los rostros de aquellos Otros. Así, Otros con mayúscula. Los Otros que desaparecieron hace tiempo, los que ya estaban enterrados.
Hubo una semilla que reconoció asustada las huellas que caminaban encima de ella. La que intentó extenderse pese al bloque de tierra compacta que la empujaba hacia la oscuridad. La que soportó tempestades diversas, temores profundos, ira contenida. Fue sembrada bajo el calor de enero y regada con esperanza, recibió amor y deseo, pero tardó veintidós años en brotar.

El curandero que la sembró se fue de allí hace años. Agarró sus medicinas, sus pociones, sus rezos. No tenía más tiempo para ella, por más que quisiera, ya estaba muy viejo.

martes, 12 de enero de 2021

Condena

Escuchar es una hermosa forma de hacerse consciente del acecho a una misma, del rapto de confianza, del temor al castigo y al rechazo. Una hermosa forma de hacerse cargo de la asfixia, de los roces incómodos, de los nervios acerbos, del temblor incontrolable en el pecho. Escuchar, a los otros y a una misma, puede implicar sentirse fría de a ratos, rígida y dubitativa al mismo tiempo. Ralentiza los temores, los satura dentro del cuerpo, transforma todas las expectativas que creíamos insostenibles y exacerbadas. Escuchar sin apuro y callar con paciencia. Una hermosa forma, diría casi poética, de percibir las trampas que nos ponemos a nosotras mismas. 

La peor condena, la propia, solo nos libera cuando aprendemos a escuchar.

martes, 29 de septiembre de 2020

Soñar despierta

Cuando era chica soñaba despierta. Hablaba en soliloquio, jugaba con amigos imaginarios y dibujaba la tierra con mis propias pisadas. Mi viejo se quejaba porque en esa parte (predilecta) en la que mi pasatiempo se llevaba a cabo, nunca le crecía el pasto.

- ¡Pero qué chinita que sos! ¿No podés jugar un poquito más allá? ¿No ves que yo lo riego todos los días, pero si vos lo pisas el pasto no crece?

Me lo repetía seguido, pero apenas si se preocupaba en darle énfasis. Creo que en el fondo le preocupaba más perder eso que nos unía, el soñar despiertos.

Me llevó bastante tiempo darme cuenta que con mi viejo compartía mucho más de lo que yo creía. Él era protagonista, escenario, decorado y espectador de mi juego, todo al mismo tiempo. Sin duda, las tardes no fueron las mismas sin él. Incluso creí que perdería para siempre ese espacio personal, ganado a fuerza de gastar el pasto todos los días, pero que también era el espacio donde me sentía acompañada. Un poco menos sola.

martes, 22 de septiembre de 2020

Se trata de no dejar(nos) languidecer

Le pregunté cómo pasaba ella sus domingos, pero siempre contestaba algo que yo no terminaba de entender. Dijo que solían recordarle al olor de la albahaca y que por eso preparaba siempre fetuccini al pesto para almorzar, ¿y qué más?, nada más, me respondió. Ciertamente, sentía curiosidad por saberlo todo sobre aquella mujer enigmática y cautivadora. Caminábamos y conversábamos sobre nuestras vidas en una tarde de verano, sin preocupaciones, sin apuros, con la brisa soplando en nuestras mejillas. Ella llevaba un vestido a lunares azul oscuro, un azul tan profundo que cualquiera podría confundir su silueta con una noche estrellada. Caminaba sigilosa por la calle y si me distraía, podía imaginarla sobre los tejados, maullándole a la luna o llorando en soledad. Me sentía pleno, dichoso de compartir con ella una parte de aquello que le gustaba. Los domingos a la noche también escucho Jazz, dijo retomando la pregunta. Pero hablaba y yo sólo veía salir de su boca una fina cuerda invisible, que me rodeaba el cuerpo, rozando, exprimiendo y sofocándome a cada tirón. Y mientras el frío del atardecer se robaba los últimos rayos de sol, no podía evitar sentirme cada vez más acalorado, más deseoso de tocarla, besarla, pasar el resto de la noche junto a ella. Le pregunté si en su infancia también comía fetuccini al pesto los domingos y me dijo que no, que en aquellos domingos las plantas estaban siempre mustias y la albahaca se deshacía en sus manos apenas la tocaba. Su sonrisa se apagó de repente y miró cabizbaja el empedrado del piso, mientras juntaba las manos detrás de la espalda como si quisiera protegerme de algún extraño súper poder, o súper maldición. Sería terrible, pensaba mientras imaginaba que la desvestía lentamente, le besaba el cuello y acariciaba el pecho. Sería terrible languidecer frente a nuestros propios deseos. Pero… ¡qué iluso!, si yo me he deshecho sólo con verla. Me he convertido en fragmentos de mí mismo al escucharla recitar poesía, sentir su perfume y sus brazos alrededor de mi cintura, al verla sonreír y escuchar paciente mis problemas, mis dudas, mis inquietudes. 

Que iluso, pensaba tomándole de la mano, si yo ya estaba poniéndome mustio antes de conocerla.

martes, 15 de septiembre de 2020

Las sirenas del Nahuel Huapí

En 1893, durante una de sus excursiones a la Patagonia argentina, Francisco P. Moreno observó correr a dos indias hacia el interior del Nahuel Huapí. Sostuvo la mirada sobre sus jóvenes cuerpos, con estupor, cuando éstos se sumergieron como sirenas en las entrañas del lago. Como no las vio salir por horas, acudió al cacique Quichahuala para pedir permiso de acceder al lugar y estudiar qué había ocurrido con ellas. Concedida la entrada, a través de sobornos que procuraban al jefe de la tribu recuperar unos caballos injustamente confiscados, la travesía comenzó. Moreno describió en sus cuadernos, con extensa admiración, la magnífica belleza del lugar y la riqueza de muestras que de allí extraería para poblar, años después, su museo. Pero de esta preciada andanza se llevó también disgustos. Descubrió que, cansados los indios de perder a sus hijas en manos de hombres blancos que se hacían llamar exploradores de flora, fauna y de los últimos vestigios de una raza humana ya casi agotada, les cargaban piedras en sus vestiduras y las hacían correr hacia el Nahuel Huapí. El curandero de la tribu las bendecía antes de partir, augurándoles una mejor vida de la que llevarían aquí. Pero a esto Moreno decidió omitirlo de los cuadernos. En lugar de ello, describió como una locura perversa el amor que los salvajes sentían hacia aquel espejo de agua helada, en el que tantas almas lloraron su desdicha, fruto de la condición de una raza primitiva, ya casi extinta… ya casi olvidada.