martes, 1 de septiembre de 2020

La irreversible pérdida de la existencia

Seis días.

Un grupo de personas llora la desaparición de un joven adolescente. Caminan y arrastran sus alpargatas bajo el sol de medio día, despertando el polvo de la tierra. El padre conduce la muchedumbre con los brazos cruzados y la mirada perdida al cielo. Nada duele más que el ciclo que no termina.

Cinco días.

Despistado, un hombre cruza un semáforo en verde, provocando una cadena de choques entre los automóviles que intentan sortear su famélica figura. Lleva una boina de carpincho y una campera de lana gruesa, que iluminada por las luces de los autos, reluce la falta de un botón.

Cuatro días.

Un locutor de radio comenta curioso sobre el extraño evento que sucede en una casa abandonada. Aparentemente, todo el que entra pierde el tiempo.

Tres días.

Llorando desconsolado, un niño corre descalzo por un laberinto de jacarandás, tilos, siempre verdes y ceibos entre las calles, callecitas y veredas de una ciudad perdida en el norte cordobés. Busca un juguete extraviado.

Dos días.

Existen hechos que no tienen nada en común y al mismo tiempo, lo tienen todo. Se hamacan entre el paso de los años y los recuerdos. Van dejando huellas en el camino, cicatrices en la piel. ¿A dónde va todo aquello que desaparece?

Un día.

Si se indaga en la historia durante mucho tiempo, también se corre el peligro de perder el argumento.

Fin.

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