martes, 8 de septiembre de 2020

La sintaxis que atraviesa al mundo

Notas al margen de mi libreta, un día cualquiera:

Café, ducha, estudio. La cuota diaria de noticias: Twitter, Facebook, Instagram. Unos mates. Salir a correr tres veces a la semana. Comer sano, dejar de ingerir grasas saturadas. Estándares, marcas, consumo: nunca parece suficiente. Buscar trabajo, preocuparse un rato, maldecir. Hacer terapia. Leer para perderse en otros mundos. No poder hablar. Enfrentar la imposibilidad de elegir palabras, la falta de ingenio, los complejos: ¿qué van a pensar de mí? Dormir para apagar la cabeza. Rogar no pasar otra noche en vela. En realidad, ¿en algún momento me despierto? A veces siento que estoy presa de esta sintaxis que atraviesa al mundo como si fuera un sueño de mal gusto.

Orden. Construir un proyecto de vida acorde, ¿acorde a qué? Vivir sola. Escuchar música, bailar de vez en cuando. Evitar enamorarme profundamente. Preferir la seriedad antes que al humor infantil. Ver seguido a los amigos. Dejar de hacer tantos chistes, menos en ambientes académicos. Comprar más libros, para habitar más mundos (que no sean este).

La sintaxis. ¿Exactamente en qué momento me la cuestioné? No sé, ya ni me acuerdo. ¿Todavía importa?, da igual. Si de todos modos, es imposible desprenderse de ella. Quiero decir, ¿quién perdería la sintaxis? Es suicido, condenarse al ostracismo, abrir de par en par las puertas al siempre predispuesto jurado, ávido de miradas de reprobación, para acusarnos de una locura irremediable. ¿Acaso alguien en su sano juicio lo haría? 

El pasaporte para que nos dejen en paz, dice Almeida, es no perder la sintaxis. 

Yo más bien pienso que es la cláusula irrevocable que nos mantiene dentro de una jaula.

No hay comentarios:

Publicar un comentario