martes, 23 de febrero de 2021

Llora el ojo de Dios

Baila sobre la pendiente de los techos
una furia convertida en lágrimas,
se revuelca sobre la superficie
grita, gime y golpea extasiada.
Busca inundar todo
bajo un espeso bloque
de humedad,
renuncia al silencio
renuncia a la imposibilidad,
no sabe estar sola
ni en un único lugar.
Y como no puede
batallar contra la muerte,
en términos de infinidad,
siempre deja la marca 
por dónde regresar
tantas veces haga falta
hasta llenar el vacío
y convertirlo en oscuridad.

Dicen que el ojo de Dios
todo lo observa
pero yo creo
que de ver tanta miseria
de vez en cuando se cierra
y se pone a llorar.

martes, 16 de febrero de 2021

Nostalgia

Sigo buscando
con las manos temblorosas
y el ceño fruncido
algún indicio
una marca en el tiempo
que entre el día y la noche
entre la herida y el silencio
te hayas olvidado de esconder
o hayas escondido sólo para mí.

martes, 19 de enero de 2021

Veintidós

Hubo una semilla que tardó veintidós años en brotar hacia la superficie. Inundó de angustia y ausencia el camino de un viejo curandero. Absorbió sus propias raíces, hundió su tallo en la tierra, enroscó sus espinas entre los rostros de aquellos Otros. Así, Otros con mayúscula. Los Otros que desaparecieron hace tiempo, los que ya estaban enterrados.
Hubo una semilla que reconoció asustada las huellas que caminaban encima de ella. La que intentó extenderse pese al bloque de tierra compacta que la empujaba hacia la oscuridad. La que soportó tempestades diversas, temores profundos, ira contenida. Fue sembrada bajo el calor de enero y regada con esperanza, recibió amor y deseo, pero tardó veintidós años en brotar.

El curandero que la sembró se fue de allí hace años. Agarró sus medicinas, sus pociones, sus rezos. No tenía más tiempo para ella, por más que quisiera, ya estaba muy viejo.

martes, 12 de enero de 2021

Condena

Escuchar es una hermosa forma de hacerse consciente del acecho a una misma, del rapto de confianza, del temor al castigo y al rechazo. Una hermosa forma de hacerse cargo de la asfixia, de los roces incómodos, de los nervios acerbos, del temblor incontrolable en el pecho. Escuchar, a los otros y a una misma, puede implicar sentirse fría de a ratos, rígida y dubitativa al mismo tiempo. Ralentiza los temores, los satura dentro del cuerpo, transforma todas las expectativas que creíamos insostenibles y exacerbadas. Escuchar sin apuro y callar con paciencia. Una hermosa forma, diría casi poética, de percibir las trampas que nos ponemos a nosotras mismas. 

La peor condena, la propia, solo nos libera cuando aprendemos a escuchar.