Hubo una semilla
que tardó veintidós años en brotar hacia la superficie. Inundó de angustia y ausencia el camino de un
viejo curandero. Absorbió sus propias raíces, hundió su tallo en la tierra,
enroscó sus espinas entre los rostros de aquellos Otros. Así, Otros con
mayúscula. Los Otros que desaparecieron hace tiempo, los que ya estaban
enterrados.
Hubo una semilla que reconoció asustada las huellas que caminaban encima de
ella. La que intentó extenderse pese al bloque de tierra compacta que la
empujaba hacia la oscuridad. La que soportó tempestades diversas, temores profundos, ira contenida. Fue sembrada bajo el calor de enero y regada
con esperanza, recibió amor y deseo, pero tardó veintidós años en brotar.
El curandero que la sembró se fue de allí hace años. Agarró sus medicinas, sus pociones, sus rezos. No tenía más tiempo para ella, por más que quisiera, ya estaba muy viejo.
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